sábado, 12 de julio de 2014

Es historia: en busca de los huesos perdidos del Gran Capitán

En la breve biografía que publicamos sobre Gonzalo Fernández de Córdoba, se cerraba el texto indicando que puede visitarse su tumba en el Monasterio de San Jerónimo (Granada). Eso no deja de ser cierto, pero el destino de sus restos tiene su historia y parte de misterio.

Funeral

Murió el 2 de diciembre de 1515, con 62 años, y sus funerales se realizaron en el antiguo convento de San Francisco de Granada. La crónica de Alonso de Santa Cruz describe los funerales y cómo se engalanó el convento para tan grande ocasión con todo lujo de ornamentos, así como con las banderas y estandartes de los enemigos derrotados:

Murió el Gran Capitán como buen cristiano, en el hábito de Santiago, dejando su ánima encomendada a la duquesa su mujer (..). Mandó decir cincuenta mil misas a las ánimas del Purgatorio. 

Después de su muerte, lo sentaron en una silla y lo tuvieron así todo el día, para que la gente lo viese. Hubo grande llanto por su muerte, en Granada, así de moros como de cristianos, por todas las calles que había de pasar cuando lo llevaron a enterrar. (..) 

Sobre su sepultura estaba una gran tumba, junto al altar mayor, cubierto de paño de brocado, y una cruz de Santiago encima; y de lo alto colgado el estandarte que la Reina le dio, verde y pardillo. Y a los lados pendones reales. Y fuera de la reja, en medio de la iglesia, estaba un tabernáculo cubierto de seda negra, y las basas de las columnas doradas, en cada columna un escudo de la parte de su genealogía, muy ricos, y una bandera encima. Y en la techumbre del tabernáculo el escudo de Córdoba.

Tenía alrededor doce candeleros con cirios muy grandes, y dentro otros doce, que cada uno pesaba quince marcos de plata. La iglesia estaba ricamente adornada de tapicería. Estaban puestos en la reja dos guiones del rey de Francia, el de Ceriñola y el de Garellano, muy ricos, ensangrentados. A la mano derecha estaba una bandera muy rica con las armas de la Iglesia, que fue tomada al duque Valentín; y luego otra del príncipe Bisignano, y otras del señor de San Severino. A la mano izquierda estaba una bandera del rey Federico, y otra del marqués de Mantua, y otra del marqués de Bitonto. Y toda la iglesia emparamentada de banderas y estandartes.

Estuvieron en las honras personas de Sevilla, y caballeros, que se hallaron a aquel tiempo veinte leguas a la redonda. Y todas las religiones y clerecía de todo el confín de Granada. Era tanta la multitud de gente, que no cabía en las calles ni en la iglesia.

Traslado

Tras la petición de María Manrique, su viuda, el Emperador Carlos I de España y V de Alemania (nieto de Fernando el Católico) puso enmienda al poco reconocimiento dado por su abuelo a Gonzalo y cedió parte del Monasterio de San Jerónimo para el enterramiento de la familia. Las obras concluyen en 1552, 37 años después de su muerte. Las hazañas del Gran Capitán quedan grabadas en piedra, mezclando figuras religiosas y paganas de la mitología clásica. Destacar las imágenes orantes de él y su esposa a ambos lados del retablo de la Capilla Mayor, donde se encuentran sus sepulcros.


Sus restos son trasladados junto con los de su esposa, hijas y hermanos, con un cortejo formado por multitud de personalidades de todos los ámbitos. Lo abría la Cruz de la Iglesia Mayor, 450 religiosos, clérigos con velas, los Capellanes reales, el Cabildo con tres capillas: la Real, la del Duque y la Mayor, seguidos de los ocho féretros. A continuación desfilaba el anciano caballero Juan Peláez de Berrio, natural de Jaén, que portaba el estoque del Gran Capitán, cuya cruz, manzana y empuñadura eran de oro y plata; honrado así por haber servido en los Tercios del Gran Capitán y ganar gran fama en las guerras de Nápoles. Tras él ondeaban todos los estandartes y, tras ellos, los caballeros de Córdoba y los de Granada, presididos por el Marqués de Cerralbo.

Expolio

Damos ahora un salto de casi tres siglos, hasta la invasión napoleónica. Los soldados franceses entran en Granada el 28 de enero de 1810. La ciudad es sometida a expolio, y el Monasterio de San Jerónimo resulta muy dañado. Hay varias teorías sobre lo que sucedió con el tesoro histórico y artístico que contenía, pero la más difundida es que el General francés Honore Sebastiani, conocedor del azote del Gran Capitán sobre sus antepasados, ordenó que se llevaran joyas, rejas, estandartes, la espada (que el papa Alejandro VI entregó al Gran Capitán para la defensa de La Iglesia) y hasta los huesos del mismo. También destruyeron la torre y derribaron parte del campanario para hacer el Puente Verde sobre el río Genil. Utilizan el Monasterio como cuadra y cuartel. El abandono del edificio persiste durante tanto tiempo que  el historiador granadino Manuel Gómez-Moreno denuncia en 1884 que es utilizado como cantera de la que se retiran piedras para usarlas en otras construcciones. Afortunadamente, la torre es reconstruida en la década de los 60.

Volviendo al destino de sus restos, en 1835, el clérigo Bartolomé Venegas se los pide a un particular que los conservaba, preocupado y desconcertado por la falta de interés de autoridades y descendientes. La inestabilidad política retrasa la restitución de su enterramiento hasta 1857. No acabará ahí la cosa, en 1869 vuelven a sacarse con destino a Madrid, para albergarlos en un Panteón de los Hombres Ilustres que no se terminó, permaneciendo algún tiempo en San Francisco el Grande. En 1875 vuelven a Granada, pero no podemos cantar victoria del todo.

Ser o no ser

En febrero de 2006 salta la noticia en el Diario de Córdoba (reproducida en varias webs y blogs) sobre un estudio realizado por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y que revela que los huesos de San Jerónimo no corresponden con el Gran Capitán. Realizada la consulta al IAPH, me remiten a su boletín nº 57 (febrero 2006, pp. 58-71). El artículo habla de unos restos encontrados tras el altar, y que tras su estudio no se relacionan con Gonzalo ni su familia, lo que no implica que los de la tumba no lo sean. Ojalá se desvele el misterio sobre…

Los huesos de Gonzalo Fernández de Córdoba que,
con su gran valor, se apropió el sobrenombre de Gran Capitán,
están confiados a esta sepultura hasta que al fin
sean restituidos a la luz perpetua.
Su gloria no quedó sepultada con él.

Epitafio de su lapida

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