Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar (1453-1515), natural
de Montilla (Córdoba), brazo armado de los reyes Católicos, se ganó el sobrenombre de Gran Capitán por
su excelencia en la guerra (más tarde daría nombre al famoso queso) pese a
iniciar su carrera como un segundón de la nobleza.
Destaca desde el principio en la Guerra de Sucesión por la
corona de Castilla, como partidario de Isabel. Más notoria es su participación en la Guerra de Granada y en los
conflictos con Francia por el fértil reino de Nápoles, vence en dos campañas militares al poderoso ejército francés, cuya
caballería y artillería eran de lo mejor de la época. De los moros aprendió la
táctica de guerrillas y la pone en práctica para desgastar a un enemigo con
recursos superiores. Terminada la guerra, gobierna como virrey en Nápoles
durante cuatro años.
Potencia la infantería y organiza sus tropas de manera que pone la semilla de los famosos tercios
españoles que dominarán los campos de batalla durante casi 150 años.
Sus hazañas pueden
verse representadas en las paredes del Museo del Prado. En los billetes de
100 pesetas aparecía una representación del cuadro de José Casado del Alisal,
donde observa el cadáver de su enemigo Luis de Armagnac, duque de Nemours, tras
la batalla de Ceriñola (1503).
Cuando muere Isabel la Católica comienzan los problemas, sus éxitos y popularidad despiertan celos y
rumores, el rey Fernando teme la grandeza de su figura y escucha interesadamente las malas
lenguas. Acaba por destituirle del mando.
Se dice que el rey pidió cuentas de en qué se había gastado
el dinero de su reino. Esto habría sido recibido como un insulto y la airada
respuesta dio lugar al dicho “las cuentas del Gran Capitán”:
Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas
para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil
ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la
batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a
causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y,
finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey
a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.
Gonzalo se retira a Loja (Granada) hasta su muerte. Puede visitarse
su tumba en el Real Monasterio de San Jerónimo (Granada).
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